Una serie de escenarios secundarios fueron empleados para dotar al conjunto de la representación del aspecto apropiado para una conspiración de guerreros musulmanes.
La finca de Chinchón
El primero de los escenarios secundarios ofrecidos al espectador fue el de un chamizo en una finca del término municipal de Chinchón, pero ubicado en las proximidades de Morata de Tajuña. El carácter islámico de esta finca consiste en que siendo propiedad de un sirio detenido como miembro de Al Qaeda en 2002, sólo se ha alquilado 2 veces: una a un marroquí de la «célula española de Al Qaeda», y otra a otro marroquí para preparar el 11M.
La secuencia de los actos que dan lugar a la aparición de este escenario como base de operaciones del 11M son:
- El descubrimiento de que las tarjetas de Amena introducidas en terminales de Movistar, previamente liberados, que se pusieron en las bombas que explotaron en los trenes, fueron activadas la noche antes del 11M en un repetidor sito en la zona de Morata de Tajuña.
- La mención del chamizo el día 16 por parte de ex minero Emilio Suárez, cuando dijo haber estado allí con el moro al que él llamaba Mowgly.
- La memoria imbatible del mismo comisario de policía que más tarde recordaría que un teléfono de la «célula española de Al Qaeda» se diferenciaba en 12 números de otro del 11M que permitió descubrir el piso de Leganés, y que consiguió recordar, el día 19, que cuando el asunto de «la célula» ya habían descubierto entonces una finca por Morata, propiedad de un árabe, y que habían detenido al propietario y al hombre que la tenía arrendada. Con ese dato hizo gestiones en el registro del catastro de Aranjuez para que buscasen en toda la base de datos fincas a nombre de propietarios árabes (según consta en su declaración), y el 26 por la mañana le dieron la respuesta del catastro con la dirección de la finca que había tenido alquilada «la célula de Al Qaeda».
Del registro de unas tarjetas determinadas en aquél momento y en aquél repetidor de Amena, efectivamente, aparecen documentos con el membrete de Amena en el sumario. De que las bombas fuesen activadas con teléfonos no existe documento o resto alguno que lo acredite.
Emilio Suárez no consiguió encontrar con la policía el día 18, dando batidas por los campos de Morata de Tajuña, la finca que decía conocer.
Si la memoria del comisario hubiese sido tan efectiva para recordar aquél número de teléfono como el nombre del carismático yihadista Abu Nidal que era el alias utilizado por el sirio Mohamed Needle Acaid al ser detenido como miembro de la famosa «célula de Al Qaeda en España», podría haber recordado que él era el propietario de la famosa finca. La misma en la que detuvieron al inquilino de entonces, Mustapha Maymouni, y que el contrato de alquiler de entonces obraba en la diligencias de 2002, y por tanto… en los archivos policiales. De hecho, al remitir el contrato de alquiler del asunto 11M al juez instructor, el comisario sufrió un desliz (a juzgar por la numeración correlativa de los folios), y adjuntó el contrato de 2002, el de «la célula española de Al Qaeda», en lugar del contrato de 2004 de la «célula yihadista del 11M».

Folios correlativos que muestran el lapsus al adjuntar el primer contrato de la finca en lugar del segundo.
y la finca habría sido descubierta por los investigadores una semana antes. Aunque, según parece, ni la policía tenía prisa alguna por registrar ese lugar, ni esperaba encontrar en él sorpresa alguna, pese a ser el primer inmueble de los malos que se localizaba nada menos que en 15 días. La evidencia de que no tuvo prisa ni esperaba encontrar a nadie es que aún teniendo desde mediodía el mandamiento judicial, no procedió a la entrada y registro hasta después de comer, a las 16:05, después del café y la copa. Tampoco llevaron al GEO para asaltar la vivienda, ni ninguna otra fuerza especial. Unos pocos funcionarios del servicio de Información, y unos pocos de Policía Científica. Es decir, sabían que no iban a encontrar dentro ni gente ni otra clase de problemas.
Un pequeño detalle: el mandamiento ya hacía constar que se trataba de la vivienda propiedad de Jamal Ahmidan, aunque esa era la primera vez que el apellido Ahmidan era unido al nombre Jamal y en lugar alguno del sumario consta de dónde salió ese apellido. No obstante, cuando la policía -la española, ¿eh?- encontró en el registro de la finca una huella, dijo que a ellos les aparecía de un argelino llamado Ahmed Ajon, y que «para tener más información de ese argelino» mandaron la huella a los servicios de Marruecos, que les dijo que se trataba de Jamal Ahmidan, pero que no había ningún dato más. Desde luego, en el sumario no consta nada de esa absurda gestión, pero si consta que esa huella la tenía almacenada la policía española desde 1992 a nombre de Jamal Ahmidal.
El local de la calle Virgen del Coro
Este local en Madrid, tiene toda la pinta de una granja de islamistas. Como siempre, aparecen unos sirios (los hermanos Allmallah Dabas como titulares) y una larga lista de detalles de vigilancias cruzadas por servicios policiales (Brigada Provincial y Unidad Central) de la cosa mora. Se repite el modelo y aparece vinculación con la «célula española de Al Qaeda», reaparece el nombre de Abu Dadah y al igual que en la finca de Chinchón, aparece «El Tunecino» (cuñado del primer inquilino Maymouni). Los informes dicen que en la finca se jaleaba a los moritos recién llegados a Madrid, para ver quien se apuntaba al asunto yihadista. Vamos, lo que se dice un criadero de donde salían listos para embarcar a las guerras santas por todo el orbe mundial.
La vía férrea del AVE
El día antes de que coincidiesen en Leganés los investigadores que acababan de descubrir el piso secreto y los yihadistas que habían quedado allí 23 días después de la matanza para leer unos libros chiíes aprovechando que ellos eran sunnitas, despedirse de sus familiares y suicidarse luego, sobre las 21:03; unos trabajadores ferroviarios descubrieron una bolsa sospechosa en un punto del recorrido del tren AVE entre Madrid y Sevilla. Exactamente en el kilómetro 61,200 en las proximidades de la localidad de Mocejón. Rápidamente se presentó la Guardia Civil y comprobó que se trataba de un artefacto explosivo, y como este no lo explotaron de forma controlada como hizo la policía con las 2 bolsas de Atocha, se pudo comprobar lo que había dentro: unos 12 kilos de Goma2Eco (lo ponía claramente etiquetado en los cartuchos), un detonador y conectado a él un cable de 136 metros. Aunque esta vez no había teléfono móvil en el artefacto, como ocurrió en la bolsa que apareció en una comisaría de policía de Madrid, a los investigadores les costó bien poco darse cuenta de que estaban sin duda ante un atentado yihadista por algo evidente: estaba en las vías del tren y tenía Goma2Eco. El juzgado que intervino en este hallazgo repartió esa Goma2Eco entre la Guardia Civil que la había localizado y el CNP que investigaba los atentados yihadistas en los trenes.
Tres años más tarde, durante la prueba pericial de explosivos que ordenó el tribunal que juzgaba el caso, aparecieron restos de un componente (DNT) que no forma parte de la Goma2Eco. Fue un asunto muy extraño porque la mitad de Mocejón que tenía CNP tenía ese componente, y la mitad que tenía la GC no lo tenía. Quizá si no se hubiese ido la luz justamente del enchufe de la cámara del laboratorio donde esa noche se debió producir una contaminación, se habría podido comprobar como fue.
De todas formas, y como dijo el fiscal del caso, da igual el tipo de explosivo que se usara en los trenes y, además, la verdad judicial tampoco tiene que coincidir con la verdad de los hechos.